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viernes, 13 de noviembre de 2015

Crecimiento

crecimiento

 

Este es un tema recurrente. Lo sé. No es novedoso, y también estoy consciente de ello. Pero, si una temática se mantiene en el tiempo, creo, puede ser o bien porque es interesante y vale la pena su persistencia en el tiempo, o bien es un tema que es muy utilizado y valorado en el momento de buscar una salida hepática, minúscula o mayúscula, de sentimientos, frustraciones, rabias, odios y cualquier otro tipo de emoción que nos saque de balance. Pues sólo las emociones fuertes hacen eso, y aún así, el amor, misericordia, compasión, caridad, confianza y demás, aunque vengan en oleadas como tsunamis abrazadores, no logran el desbalance que una emoción contraria logra.

¿Consideras que crecer, como persona, miembro de la sociedad y en instancias personales, se puede mesurar por signos externos? Veamos, si alguien tiene casa propia (no departamento), con jardín, esposa/o, hijos/as, mascota/s, auto/s, bienes inmuebles, muebles, artefactos, colecciones, dinero en el banco y en posesión personal, ropa y accesorios, todo ello no sólo en la justa medida sino con un pelín de extra, definitivamente estamos ante una persona que ha logrado algo mucho, pero mucho más que significativo en su vida. Ahora viene la temática recurrente ¿y en lo espiritual? A principios de año, el que era nuestro vicario en la parroquia La Encarnación, el padre Pablo Augusto Meloni Navarro, en una de las misas de las 8 de la mañana de los lunes (en ese entonces era el horario de la única misa del día, hoy es a las 7 de la noche), durante su prédica dijo “quién tiene a Cristo en su vida, se le nota”. Fácilmente podemos deducir las formas en que se notaría ello: bondad, buen trato, entrega, devoción, estar siempre a disposición de los demás, servir, etc. Sin embargo, y buscando fusionar ambos puntos, el material y el espiritual ¿somos capaces de verdaderamente valorar nuestro crecimiento?

No se puede prescindir del aspecto material, para bien o para mal. Yo creo que es mucho más para bien porque nos permite, constantemente, marcar la distancias prudentes y necesarias entre el anhelar algo y el ambicionar excesiva y vehementemente algo. Aprender a que no todo lo conseguiremos y que no todo se hará como deseamos, es una de las tareas más complicadas y persistentes en nuestra vida. Y lo es porque, creo, muchos asumen que “conformarse” implica ceder, darse por vencido, demostrar debilidad y fragilidad. Hay dichos tan conocidos como “lo último que se pierde es la esperanza”, “retroceder nunca, rendirse jamás”, “morir luchando” y similares, que bien utilizadas son excelentes arengas, pero, ¿acaso han escuchado frases como “acepta las cosas y resígnate”, “estate quieto que es lo mejor”, “acepta que no podrás lograrlo”, “olvida esa meta y sigue tu vida”? Probablemente no, o capaz si y las han rechazado porque no son buenas ni útiles.

Entonces, ¿cómo podemos medir el crecimiento propio? Pongamos las cosas en perspectiva y procurando ser imparciales. Se sostiene que cuando uno acepta a Cristo (u otra dependiendo la religión que uno profese, ya que aún los agnósticos y ateos, que sostienen no creer en Dios alguno, creen en ello mismo, en la libertad de no tener que depender ni proceder de deidad alguna), la vida de uno cambia. Y en la práctica parece ser así: las cosas van mejor, uno esta más tranquilo, hay prosperidad, hay felicidad, siempre cuotas de problemas, dolor, desengaños, frustraciones, pero el balance empieza a mantenerse recurrentemente positivo. Va bien en pocas palabras. Sin embargo ¿no puede ser esto simplemente un reflejo, una reacción o consecuencia de una actitud mental? Los milagros no sólo puede suceder de manera “escandalosamente anti-naturales” como son la multiplicación del pan y pescado que contraviene leyes de la naturaleza y física (y otras más que seguro no consideramos de momento), las resurrecciones, las sanaciones de enfermedades como la lepra, sangrados, la curación de parálisis, ceguera y sordera. Los milagros también ocurren de manera cotidiana, silenciosa e imperceptible, esto según los catequistas más serios de todas las religiones existentes.

Y al fin de cuentas, ¿cuánto depende de nuestra actitud mental para que eso suceda? Curiosamente, una de las frases atribuidas a Cristo versa “ayúdate que te ayudaré”, esto es, ponte en acción para que yo pueda ayudarte, no esperes que todo venga “caído del cielo”. Si uno se pone en acción, si uno acepta y promueve cambios, entonces algo sucederá.

Y es ahí donde podemos, al fin, establecer un crecimiento. Podemos no tener ni un cobre, no tener bienes, ni familia, ni mascotas, ni ropa nueva, ni electrodomésticos y pasar navidades sin regalos, ni cena abundante y ni siquiera de un tronco navideño por no decir un árbol navideño. Podemos ser realmente pobres, y aún así, seguir creciendo, y no precisamente por el lado espiritual. En la UNER (Unión Eucarística Reparadora) me enseñaron el significado de la palabra “conformarse” y que no es la asociada, por sinónimo, a resignarse. Conformarse significa “ser uno con Cristo, formarse con Cristo, unirse a él”. Esta actitud, de evitar simplemente resignarse ante las adversidades, si es bien entendido, verdaderamente libra a uno de una carga, capaz, la más pesada de todas. Yo tengo un dicho, de antes de aprender esto último: “Todos los problemas, sin excepción, tienen solución, pero no siempre la solución es de nuestro agrado”. Cuando uno comprenda verdaderamente que esto es, y no porque lo diga yo, una ley universal que esta de la mano con las leyes físicas, que se dan si o si, si en verdad logramos comprenderlo plenamente y no buscamos torpemente ser más que el destino o la vida misma, entonces podremos recién marcar un punto de partida para nuestro crecimiento.

Yo no tengo esposa, hijos, bienes, dinero, trabajo, cuido a mi madre las 24 horas del día los 7 días de la semana y los 365 días del año, asisto a misa diaria, y desde noviembre del 2014 en que empecé a ser lector de misas dominicales, hoy soy también monitor, acólito y seré pronto formador en la UNER, y muy probablemente catequista y ministro de comunión. Y si lo he conseguido y consiga no será de gratis. Entonces, es que algo ha pasado en mi vida, y ahora que estoy terminando de escribir esta publicación, me doy cuenta de que he ido creciendo sin darme cuenta porque aún estoy apegado a los bienes materiales, porque veo que no tengo esposa, hijos, bienes, dinero, trabajo, etc. pero, y esto es lo interesante, al menos para mi, soy feliz. No me mal interpreten, anhelo todo lo antes mencionado, pero la alternativa de no tenerlo ya no me asusta ni me preocupa como antes. ¿Confianza en Dios, verdadera fe, una conversión sólida y continua? No lo sé, en verdad. Ayer jueves, luego de meses, leí las 2 lecturas (primera lectura y salmo) y acolité en la misa de 7 de la noche, porque simplemente no había nadie de liturgia presente. Meses atrás, me hubiera sentido orgulloso, ayer me sentí bien, claro, pero también triste porque constaté, una vez más, que los de liturgia tienen muchas cualidades, pero la preocupación verdadera, la de velar por la misa en si, no la tienen. Si, da pena, no lástima. Y para nada sentí ese orgullo, pues sólo sentí que hice lo que debía hacer.

Esto es para mi crecimiento. Esta es mi vida y no me arrepiento de nada que hice porque ello podría condicionar, de prescindir de algo hecho, la clase de persona que soy. Hoy siento orgullo de ser como soy.

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