Hace unos días alguien me preguntó, sin mala intención ni morbo, ¿que se siente tener cáncer? Y no supe responderle al inicio, más luego si pude, o al menos eso creo que logré hacer.
Despertar cada día con el ánimo de que se esta logrando algo maravilloso y único. Sentir el calor más cálido y el frío más gélido que de costumbre. Disfrutar hasta el dolor porque es síntoma de que estamos vivos y enteros.
Despertar cada día y ser invadidos y agobiados por las preocupaciones, responsabilidades, penas y angustias, sin lograr encontrar solución o reposo alguno, no por desidia sino porque en el dolor y sufrimiento encontramos la respuesta a la pregunta “si aún estamos aquí”.
Despertar cada día y estar consientes de que formar una familia, tener una pareja estable, tener proyectos a mediano y largo plazo, ya no están en nuestro repertorio de vida sino son ahora parte del repertorio de sueños. No podemos comprometer a nadie a que esté con uno porque uno no estará, al menos, todo el tiempo con esa persona.
Es aprender a disfrutar de las privaciones y no anhelar más de lo que uno debe y puede recibir. Es apreciar la vida con más matices grises y no por el pesimismo y depresión sino porque los matices grises avivan los colores que aún podemos percibir.
Es entender mejor a las personas y poder darse cuenta cuales son valiosas y cuales no lo son. Y será una sorpresa el descubrir cuán errados estábamos sobre algunos y cuan lejos de la verdad estábamos sobre otros.
Tener cáncer no es una maldición ni una carga. Tener cáncer es tener la oportunidad de aprender a ver la vida y verse a uno mismo de manera única. Tampoco es una bendición, pero se le acerca mucho.