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domingo, 14 de mayo de 2017

Anónimo XII

En diciembre pasado me vi en la encrucijada de comer muchos panetones. Realmente muchos. Veamos, compré 4 por 3 aprovechando una promoción del supermercado. De ahí obsequiamos uno. Luego compré 2 más, de marca, para darle el gusto a mi mami de probar algo distinto. Y encima, nos obsequiaron uno. Total, hubieron para diciembre 6 panetones. Digamos que en total mi madre se comió el equivalente a 1. Y si, en diciembre pasado me comí 5 panetones. Mi peso normal ha sido, por años, 85, y ahora estoy rozando los 87 y desde entonces no he podido recuperar mi peso. Es frustrante.

Mi vida intima lo soluciona una amiga, una verdadera amiga, con un nombre de flor, que regenta una casa de citas. Pero no cualquier tipo de casa de citas, sino una en que lo principal no es el placer dado por el sexo, sino el trato que se brinda. Sabe escoger a sus trabajadoras sexuales, eso esta claro. Sin ánimo de pecar de falso moralista, el meretricio no es una actividad que deba considerarse ni aún en casos extremos, pero las circunstancias y el carácter de la persona juega mucho llegado el momento. No obstante, para mi entender, la labor que brindan este tipo de meretrices es plausible y me  siento muy agradecido por ello.

No soy, por obvias razones, un recurrente, pero en promedio, cada 6 a 7 semanas visito el local. Solo media hora necesito, y los recuerdos de compañía y trato me duran por algunas semanas. Alivia mi descanso, alivia mi soledad, y aunque estoy plenamente consciente de que es un placebo, no dejo de reconocer el bienestar, poco o mucho, que me brindan. Critiquen lo que gusten, eso no cambiará el hecho de que me ayuda y muy por encima de mi necesidad corporal.

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